
Deberíamos evitar su consumo
frecuente, ya que el azúcar altera el pH de la boca acidificándola y así
provoca un crecimiento indeseado de bacterias. Además, algunas bacterias
metabolizan el azúcar en ácidos orgánicos, que causan la desmineralización de
los dientes, y es cuando generamos la caries.
Por si fuera poco, altera el nivel de glucemia, produciendo
síntomas como el nerviosismo y dolor de cabeza y, a la larga, diabetes tipo II.
Se ha documentado que en los pueblos que aún no consumen azúcar refinado, la
diabetes prácticamente no existe. Esta sustancia blanca, con el tiempo, puede
debilitar el sistema inmunológico, o causar pérdida de capacidad de
concentración, depresión y otras enfermedades mentales.

Por otro lado, el azúcar
industrial puede crear adicción. Nuestra sociedad, con su ritmo de vida cada
vez más acelerado, despierta las ganas de comer alimentos dulces porque nos
exigen más rendimiento. El consumo
elevado de azúcar eleva el sentimiento de superioridad y, a la vez, el ritmo de
vida. Este círculo vicioso termina en el agotamiento.

Si alguien piensa que el azúcar
moreno es más sano que el blanco, esto es un mito porque no tiene componentes
más valiosos que el blanco. A diferencia de la stevia, tanto el azúcar blanco
como el moreno, destruyen la vitamina C y alteran de este modo el régimen de
calcio y fósforo de nuestro organismo.
Particularmente en los bebés,
debemos evitar dar líquidos azucarados, ya que se estanca alrededor
de los dientes. Cuando están dormidos, la salivación disminuye y se reducen los efectos protectores de la
saliva. Si los líquidos contienen azúcar y si son consumidos frecuentemente,
los dientes serán desmineralizados y generarán caries en ellos.
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