domingo, 1 de diciembre de 2013

Mejor prevenir que curar

Mi trabajo como odontóloga empezó en zonas rurales de Honduras, donde la mayoría no tenían acceso médico. Se me quedaron grabadas aquellas bocas con múltiples caries en niños de primaria. Algunos de los jóvenes, ya habían perdido la dentadura parcial o completamente. Estos síntomas colectivos nos señalaban problemas colectivos: falta de  hábitos saludables. Nuestra labor principal en este proyecto solidario consistía en la prevención de la caries. Relacionábamos aquellas caries rampantes con el consumo diario de  los zumos y otros refrescos azucarados. Así, además de insistir en el correcto cepillado, recomendábamos tomar frutas o beber  zumos naturales. 



       



               



Años más tarde, conviví unos meses Costa de Marfil, donde tras la guerra civil la situación social había empeorado. Mis prejuicios me indicaban que el estado bucal sería peor que el de los Hondureños. Afortunadamente, grande fue mi sorpresa al ver aquellas sonrisas blancas y sanas en la mayoría de los casos. Comparé su dieta y hábitos, y evidentemente, la alimentación picante y sin azúcar de los africanos era su mejor medida de prevención. Además, algunos usaban cepillos tradicionales hechos con las ramas de ciertas plantas comestibles, como del árbol de mango. El interior de estas ramas es suave y fibroso, y se deshace con facilidad, facilitando con ello la higiene dental.
                
             

       
Por supuesto que no hace falta ir lejos para encontrar caries, ya que éste es uno de los problemas de salud más prevalentes aquí. De acuerdo con los datos oficiales, uno de cada tres niños y uno de cada dos jóvenes tiene caries. A partir de los 35 se convierte en una enfermedad generalizada, ya que el 93% la presenta. Además, alrededor del 7% de los adultos refiere dolor dental  y problemas para comer de forma muy frecuente.

En la mayoría de los casos, el trabajo del odontólogo ante una caries consiste en retirarla, haciendo uso de fresas a gran velocidad que destruyen el tejido dentario deteriorado, y provocando vibraciones y sonidos desagradables para el paciente, para después reconstruir el diente con un material plástico. En caso de que la corona dental  esté muy destruida, se protege con una funda. Y si dentro de un tiempo se produce una caries secundaria bajo ese empaste, se realiza una cavidad más grande, a veces eliminando el nervio y con ello la circulación interdental. En este caso, además de un material extraño sobre el diente, le quedará un órgano no vital dentro de la boca.

Esta técnica, basada en el modelo mecanicista, impone tratamientos que reemplazan a la naturaleza, sin importar las alteraciones biológicas provocadas. No se suele tener en cuenta que los dientes también hacen parte del todo de la persona, que están integrados con el todo. Parece que convertimos al paciente en una máquina y le vamos haciendo los tratamientos por partes, desatendiendo  en ocasiones a la persona.

Muchas veces,  la odontología se ejerce a contra reloj, sin tomar tiempo para dialogar ni pensar en posibles factores causantes. Además, se cumple el mismo protocolo a todos los pacientes ante el mismo diagnóstico de la caries.

No es mi propósito que dejemos de realizar empastes, sino que en Curar desde la Boca pretendo hacer pensar por qué generamos las caries e intentar compartir la responsabilidad de la curación entre el paciente y el odontólogo, dando opciones para tratar de la manera más biológica posible.



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