Mi aportación como
odontóloga empezó en hace 9 años en zonas rurales de Honduras como cooperante,
donde la mayoría no tenían acceso médico. Se me quedaron grabadas aquellas
bocas llenas de caries en niños. Algunos de los jóvenes ya habían
perdido la dentadura parcial o completamente debido a la falta de hábitos saludables. Nuestra labor principal en este
proyecto solidario consistía en la prevención y en la promoción de la salud para evitar seguir con aquella epidemia de la caries.
En 2007 vine a Barcelona a trabajar donde, en mi opinión, se hace poca prevención y demasiado tratamiento invasivo. Aquí también la caries es
uno de los problemas de salud importantes. Según los datos oficiales uno de
cada tres niños y uno de cada dos jóvenes tiene caries. A partir de los 35 se
convierte en una enfermedad generalizada, presente en el 90%.
En la mayoría de los casos, el trabajo del odontólogo ante una
caries consiste en retirarla a gran velocidad destruyendo el tejido dentario
deteriorado, para después reconstruir el diente con un material plástico. Y si
dentro de un tiempo se produce otra caries bajo ese empaste, se hace una
cavidad más grande, a veces eliminando el nervio. Y en este caso, además de
poner un material extraño sobre el diente, le quedará un órgano sin circulación ni vitalidad dentro
de la boca.
Pienso que este modelo mecanicista impone tratamientos que reemplazan a
la naturaleza, sin importar las alteraciones biológicas que provoca a distancia. No se suele
tener en cuenta que los dientes también son parte de la persona, que
están integrados con el todo.
Parece que se convierte al paciente en una máquina, se le van haciendo los tratamientos por partes y se
desatiende a la persona. Muchas veces, la odontología se ejerce sin tomar tiempo para dialogar ni pensar en posibles factores causantes.
Quise alejarme de este modelo y conviví unos
meses en Costa de Marfil, en África, donde tras la guerra civil la situación social había
empeorado. Afortunadamente, me sorprendí al ver aquellas sonrisas blancas y
sanas. Comparé su dieta y hábitos
y, evidentemente, la alimentación sin azúcar de los africanos era su mejor
medida de prevención. Además, algunos usaban cepillos tradicionales
hechos con las ramas de ciertas plantas comestibles, como del árbol de mango.
A la vuelta de África es cuando supe que había otra manera de
trabajar desde la boca y empecé a estudiar el máster de Odontología Neurofocal y Terapia Neural. Desde entonces pretendo hacer pensar por
qué generamos las caries e infecciones e intento trabajar con más conciencia. He visto que trabajar de manera más holística y preventiva es posible.
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